domingo, mayo 11, 2008

El año que trafiqué con mujeres



Poco a poco voy retomando viejas y nuevas recomendaciones y por lo que he urgado hasta ahora (qué bonita palabra “urgar”) no he sufrido decepción alguna. En algún momento haré un repaso a todas ellas, pero ahora lo que me ocupa es una recomendación de esas que no dejan indemne; que te perfora el estómago y aviva el odio más insano por le género humano.

Normalmente no solemos preocuparnos. Ni siquiera están en nuestras avanzadas e infalibles utopías políticas colectivos como lo de los presos, las prostitutas, los toxicómanos, y un sin fin de desposeídos que conviven tan cerca. Esto, ni los editores de Diagonal lo destinan a sus primeras páginas, pero de vez en cuando, alentado por un afán de ajusticiamiento periodístico de alto riesgo, alguien decide adentrarse en ese terreno dejado de lado por la justicia y la ética de nuestra fabulosa civilización.


Después del narcotráfico y las armas, el mercadode la prostitución es el que más dinero mueve a nivel mundial. Algunos burdeles incluso cotizan en bolsa, pero lo que no refleja ese fluir monetario es la miseria humana que motiva el tráfico de mujeres en el mundo. La miseria humana, como se podrá prever, no exento de prejuicio, no sólo es parte de la vida de quienes tienen que cambiar su cuerpo por dinero, sino el de los clientes, mayoritariamente varones, que demandan este servicio por motivos tan despreciables como las expectativas sexuales que se imponen entre ellos, (inviables en el terreno de la pareja por motivos más o menos evidentes) pero que, en definitiva, alientan al varón de clase media a buscar sexo como ocio y prestigio, claramente barato en cuestiones de tiempo y dinero.

Por mucho que se esfuerce el usuario del burdel en escenificar una conquista mientras le mete la mano en las bragas a la rumana de 18 años que no conoce ni su idioma en el rincón de un burdel, éste no necesita ser un gran conversador, con sentido del humor, invitar a una cena, ni ser especialmente atractivo para resolver ese contacto con otro ser humano en un encuentro sexual. Porque, entiéndase: en realidad lo que menos importa es que esa persona es otro ser humano. Pocas veces denunciará una prostituta que ha sido raptada, traficada, violada, esclavizada y vendida porque a absolutamente nadie le importan los motivos por los que dicha persona ha acabado en la prostitución; a unos sólo les interesa el servicio, otros se limpian las manos y la condenan.


Este libro parece una experiencia por sí sola. El estilo celérico, agresivo y abrasivo hasta dolerte el estómago por la crudeza y claridad con que se exponen los sucesos, porque aquí no hay “acontecimientos” sino los sucesos reseñados en las páginas más sórdidas.

No se podría decir que es un tratado pero recoge la panorámica de las mafias y mercaderes, nacionales e internacionales que promueven la prostitución desde la calle, al piso de lujo.

Lo más importante a reseñar es que si antes tenía alguna duda respecto a la regulación de la prostitución, ahora se ha esfumado por completo. Me declaro abiertamente abolicionista y castradora si procediera. El 95 % de la prostitución, tirando por lo bajo, no es voluntaria ni ejercicio de librecambismo postmoderno que enarbolaba de la "revolución sexual"; es pura y llanamente miseria. Que el otro 5 % gane sumas de peso o tengan mejores "condiciones" no compensa la humillación exigida en consecuencia, pues en la prostitución dinero y humillación son ejes directamente proporcionales inspirados por la industria pornográfica; y tampoco justifica lo que, en este particular, se resume en una adicción insana al dinero.

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