domingo, enero 14, 2007

Como decían las Vulpes: Deja tu sitio de una puta vez



El tiempo mítico, el tiempo primordial se entrelaza en el mito con el tiempo profano, real y cotidiano. Al recitar el mito se vuelve al origen momentáneamente, y en este tiempo no mesurable trasciende el espíritu del auditorio.
Con el rito se renueva el ciclo y se asegura perpetuar el mundo.
El dolor de la existencia en el tiempo profano se desvanece en el ritual, ya que en este no-tiempo se pierde la sustancialidad temporal de la esencia humana. Se escapa al devenir.

La consagración a los dioses es una de las formas más “palpables” de perder dicha sustancialidad. La sacratio equivalía, en tiempos inmemoriales de la antigua Roma, a una condena a muerte ritual.
Aunque normalmente se buscara un pretexto externo, una falta o crimen perpetrado por el sujeto, lo normal sería que éste homo sacer estuviera “reservado” para ajustar las cuentas comunitarias con la divinidad en la festividad más próxima, o incluso, podía ser “muerto por cualquiera” según Dioniso, si es que a alguien se le antojaba preciso quitarlo de en medio cuanto antes, sin miedo a ser penado por ello. Pero esto son peculiaridades de la sacratio.

En este sentido, se comprueba lo rotundamente actual que es convertir en tabú (en el sentido de maldito) al reo víctima de la sacratio o pena de muerte, ya sea por orden federal o, por ejemplo, la enfermedad; piénsese en el SIDA.

La puesta en común de lo divino y lo humano mediante el sacrificio de una vida humana tiene múltiples interpretaciones pero, en resumidas cuentas, es la muerte misma el nexo entre los dos mundos. El elemento cruento es indispensable en idisoluble del ritual indoeropeo.

Pero es conocido que el tránsito de la vida a la muerte es un ejercicio al que todos los pueblos han dedicado elaboradísimos rituales de preparación y purificación pre y postmortem.
En la muerte institucionalizada, llamarla ordalía o, más distinguidamente: sacratio, no es más que otra la forma de lavarse las manos.

Me estaba acordando yo, hablando de la protoingeniería romana del puente Sublicio, de “las muertes por compasión”. Es muy extendido el conocimiento de la eugenésica práctica en Grecia de sacrificar a los nacidos con deformaciones o deficiencias mentales (también existía la posibilidad de “exponer” a los niños sanos nacidos libres en la plaza pública para que dispongan de ellos los buenos conciudadanos y cánidos transeúntes y no se quejan tanto porque los griegos son guays), pero no de todas las refinadas formas de ejecución de la Antigüedad.

Ahora estamos hablando de la muerte de los sexagenarios por precipitación desde el primer puente de Roma, en presencia de Jano, que todo lo ve, y en honor de Saturno, que como todo el mundo sabe era el dios de las medidas de control demográfico y el saneamiento de erario público.

Era en realidad una cuestión humanitaria atender a los ancianos aquejados de la satietate vitae, y según Plinio, los mismos depontani se arrojaban mientras la multitud coreaba eso de: “sexagenarii de ponte”, o lo que es lo mismo:“¡Los sexagenarios bajo el puente!”

Mientras yo escribo estas chorradas la sanidad pública camina hacia la privatización y cuando seamos sexagenarios, si es que llegamos a ello, y si no hemos tenido una prejubilación criminal, un salario medio indigno, una calidad de vida basada en escurrir del céntimo de la saca, puede, sólo digo: “puede” que no tengamos que arrojarnos desde el puente al llegar a ancianitos.

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